CONEXIÓN CON… Juanma LoDo, artista digital multimedia

En la tarjeta de visita de Juanma LoDo aparece un meme de Julio Iglesias y pone: “Juanma LoDo lo hace todo. Y lo sabes”. Y no es exageración. A este videoartista y creador multimedia nacido en 1983 en O Porriño —“soy capaz de valorar su belleza industrial, es el Detroit en Galicia”— te lo puedes encontrar grabando un documental, ensayando algún contenido audiovisual, generando proyectos 3D, montando una instalación, produciendo un festival, haciendo un tema de música electrónica, cazando tendencias de moda en la calle con su cámara de fotos, dando clase… En resumen, preparando su próxima actuación.

“Tengo un ‘no’ tatuado en la muñeca izquierda, pero siempre digo que sí”, confiesa LoDo. Por eso, guiado por su curiosidad innata, se embarca en todo tipo de proyectos, seguramente bajo un seudónimo, en colaboración con otros artistas, siempre con ganas de absorber conocimiento, de contar alguna historia. “A mí me cuesta mucho lo de repetirme, para eso ya tengo los loopeadores”, dice.

En CONEXIÓN CON… lo entrevistamos para conocerlo y entender las claves de su trabajo multidisciplinar.

 

Aunque tenga tarjeta de visita, cuesta un poco explicar quién es Juanma LoDo, a qué se dedica.

Y para los que tenemos inquietudes por lo digital, por el arte, aún es más complicado. Incluso explicárselo a la familia. A la mía le resulta difícil contar a sus conocidos a qué se dedica su hijo. Menos mal que reboto mi Instagram en Facebook, que lo tienen mis padres, y entonces ven que no es tan raro lo que hago. Hasta yo mismo, de vez en cuando, me busco en internet: no está muy bien eso de googlearte, pero lo necesito a veces para saber qué hago. O cojo la biblioteca del móvil para repasar las fotografías y pienso: “Ostras, este año he estado haciendo esto y he estado con esta persona haciendo esto otro”. Mi trabajo es un reflejo de mi vida, un poco caótico.

 

¿Tenías ya inclinaciones artísticas desde niño? ¿Qué te llevó a decantarte por lo audiovisual?

Siempre me gustó la música y después me aficioné a los ordenadores. Mis padres pensaban que iba a acabar loco escuchando siempre el mismo ritmo. Después me fui a Ferrol a estudiar Diseño Industrial. Allí vivía con un grupo de amigos con los que compartía la inquietud por los nuevos lenguajes, las nuevas tecnologías. Jugábamos con cámaras de vídeo, con sintetizadores…

 

Y entonces aterrizaste en Portugal y en la Escola Superior Gallaecia, en Vila Nova de Cerveira. Allí estudiaste multimedia y artes.

Era una escuela pequeñita y sacabas mucho provecho de todo. Cuando la gente hablaba del Plan Bolonia, nosotros teníamos clases que no superaban las diez personas y era muy fácil obtener conocimientos de otra manera, todo era muy práctico. Además, Vila Nova es una ciudad ligada a una bienal de arte, sus instalaciones y los medios técnicos estaban a nuestro servicio. Eso fue una suerte. Allí tuve profesores que fueron como compañeros para mí y compañeros que fueron profesores. Era como una bauhaus. En Portugal también empecé a hacer visuales para fiestas, a construir muchas superficies para proyectar haciendo video mapping, a hacer módulos alrededor de los DJ en el escenario, que ahora se ven mucho en los grandes festivales. Empecé así, con pequeñas cosas en muchos locales.

 

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¿Qué es ser un videoartista? ¿Qué hacéis quienes os dedicáis a esto?

La verdad es que trabajamos en algo que es difícil de explicar, lo mejor es verlo porque ya lo entiendes. ¿Cómo explicar por qué un aroma es bueno? Pero lo voy a intentar. Cogemos imágenes, trozos de vídeo, a veces simplemente son líneas o puntos, que reaccionan con el sonido y podemos jugar a construir. Es como un lenguaje. Un referente pictórico serían los cuadros de Kandinsky o esas imágenes que cambian si las pones en movimiento, o la sinestesia, ver la música con colores y formas. Es sincronía con el ritmo de la música, control de las intensidades… y tú eres un instrumento más.

 

Mezclas distintos formatos y materiales. ¿Cómo definirías tu técnica de trabajo?

Pues desde conectar cámaras de vídeo al ordenador y coger esas imágenes o con webcams, a usar un controlador midi, que no deja de ser un teclado con botones, roscas y deslizadores [permiten la activación o desactivación de una nota, variaciones de tono, velocidad o fuerza de pulsación] que te da un control mayor sobre el software que utilizas. No estás simplemente dándole al ratón para cambiar de color o para que la forma se mueva. Utilizo las dos manos y juego a mezclar, a hacer que los colores se fusionen, que las formas aumenten o disminuyan. Y todo al ritmo de la música o interpretándolo, porque a veces el ritmo puede ser 1, 2 3, 4 y tú solo juegas con el 1 y el 3. Depende de la emoción, del sentimiento. Yo juego más en esa parte. Y, hoy en día, con el móvil me gusta generar vídeos que son como la materia prima. Tengo una cámara de vídeo y otra de fotos que también hace vídeo con diferentes objetivos que les meto cristales delante, filtros o espejos para deformar y esos vídeos también los uso.

 

¿Se ha convertido el móvil en una herramienta clave para tu trabajo?

Yo lo uso mucho. Es muy fácil generar imágenes o efectos. A veces incluso lo llevo en el bolsillo y sin querer hago vídeos y luego los utilizo también. Hoy en día es más fácil de entender por los filtros de Instagram. A veces hasta es interesante explorar efectos y filtros de aplicaciones, como el de la estética de VHS, que está muy de moda ahora.

 

Hay un componente importante de improvisación, ¿no?

La improvisación y el error son una gran materia prima para mí. A veces convierto el video en un archivo de sonido, que suena parecido a los routers antiguos, es como ruido blanco. Si le metes efectos de sonido y haces que rompa la estructura del video, cuando lo vuelves a transformar en video hace ese efecto del DVD cuando falla la película y se quedan congelados los píxeles. Esos efectos para mí son increíbles, tienen la estética del error. Siempre nos están diciendo que todo tiene que ser perfecto y mola que en el arte se pueda jugar con otras cosas y sacar belleza de ahí, del error, que a mí me gusta mucho. Y la improvisación no es hacer cualquier cosa y tirar para adelante. Es ensayar mucho, pero no repetir lo que ensayas. No es un trance. O sí. La improvisación es dejarte llevar adónde no esperas, hay belleza en el error.

 

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¿Tienes temas recurrentes en tu obra?

Soy ecléctico, y además me gusta mucho la colaboración, me da mucho gusto. A mí me cuesta mucho lo de repetirme, para eso ya tengo los loopeadores. No sería capaz de ser esclavo de un éxito. Creo que la libertad que me da hacer lo que me gusta, que alguien me llame y meterme en un proyecto nuevo, que me diga que vamos a jugar, a explorar un determinado campo, pues a mí es lo que me gusta. En ese aspecto me defino como ecléctico.

 

¿Qué te permite saltar con naturalidad de O Porriño al Pompidou?

Es que yo nunca he tenido la sensación de vivir en la Galicia profunda de la que a veces se habla. Y puedes vivir en el centro de una ciudad con mucha cultura y a lo mejor la cultura te pasa de lado. Hoy en día es una suerte estar conectado. Yo soy gallego, de O Porriño, pero siempre digo que vivo en una ciudad más grande que no está definida. Mi casa es cien kilómetros al norte de donde vivo y cien kilómetros al sur. Desde Braga y Porto hasta A Coruña y Santiago disfruto con la cultura de toda esta zona.

 

 

Tienes un proyecto artístico que se llama Hedonistas. ¿Es esa tu actitud vital y artística: la búsqueda de placer?

Sí. Hedonistas es el proyecto con el que empecé y sigue ahí porque lo cierto es que nunca he cerrado mis proyectos. Yo creo que mi manera de abordar el arte, en sus diferentes facetas, es siempre con un nombre o con un proyecto. Entonces, Hedonistas es un proyecto, Lunatic Boy es otro con el que construía piezas musicales, Epicuro AV otro más… También tengo uno que se titulaba Touch&Play, tocar y jugar.

 

El mercado del vídeo se expande, cada vez es más aceptado por el público. ¿Crees que se debe a que ya está más habituado a este lenguaje o porque lo ha aceptado como un formato artístico, como pasó con la fotografía?

El vídeo pasó de ser algo que intenta construir una realidad a algo que narra nuevas ideas y, desde el punto de vista del arte, tiene que expresar sus emociones, a veces de manera abstracta y a veces con un discurso, una narrativa, y eso lo puedes hacer generando espacios 3D. Al final es un lenguaje y ya ha pasado tiempo suficiente como para que se reconozca que son piezas artísticas, que a veces son de tipo instalación y otras son lúdicas. Cuando se trata de un festival, aunque utilizas el arte no son tan artísticas, no sé si me explico. Porque están supeditadas a un DJ, a alguna construcción arquitectónica de un espacio efímero, que va a durar poco tiempo. Pero cuando creas una instalación estás contando algo, aunque se llame “Sin título”.

 

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Parece que los NFT (tokens no fungibles) también han llegado al mundo del videoarte. ¿Qué opinas del criptoarte?

Conozco gente que los utiliza, pero para mí es la parte del arte que es mercantilista. Los fines de los NFT no tienen que ver con la creación, sino más con la colección. Y lo entiendo, y tengo amigos y amigas que los venden, pero yo no. Tengo la suerte de ser outsider y poder ganarme la vida con mi creatividad.

 

¿Qué es lo más raro, lo más inusual, que has hecho en tu vida profesional?

A mí me llama la gente para pedirme cosas y no suelo decir que no cuando algo me resulta interesante. Soy un friki y me gusta, pero yo no lo veo raro. Estuve en Berlín con un colega portugués que investigaba un sistema para hacer música con ondas cerebrales. Como no sabía de música me pidió que le ayudase y le dije que sí, claro. A los tres días estábamos los dos en mi casa conectando sensores a la cabeza para ver las ondas del cerebro cuando lo estimulábamos comiendo chocolate o bebiendo agua.

Este año he estado dentro de una mina de hierro en la frontera con Asturias haciendo proyecciones con máquinas de humo, generando unas formas increíbles en la piedra tallada.

También he estado con un artista que quería proyectar ríos en medio de un bosque quemado en Nigrán, extendimos allí metros y metros de tela blanca y sobre ella proyecté sus imágenes, se las adapté con la técnica de video mapping y con las luces del coche iluminábamos para crear profundidad. Generamos un lugar que si lo viese alguien pensaría que eran extraterrestres, ni siquiera una rave porque no había música, solo luces de colores y formas. Y otra vez me llamó Antón Reixa para una instalación suya con una pieza de Francisco Leiro sobre una cama y quería que se proyectase un vídeo sobre la escultura. Era raro. Pero me lo paso bien y me sigo sorprendiendo, que para mí es de las cosas más gratificantes de dedicarme a esto. Creo que es una suerte.