Penshirubiru: Japón redibuja el paisaje urbano

El término no puede resultar más gráfico: penshirubiru (edificios lápiz). Son construcciones sumamente esbeltas que se elevan sobre solares mínimos. Agrupadas en la misma calle, a distintas alturas, semejan una caja de lápices gigante en la que cada una tiene una longitud distinta.

 

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Este concepto urbanístico de pronunciada verticalidad, también denominado pencil buildings, es un fenómeno típico del país nipón, sobre todo en algunos barrios del masificado Tokio, como Ginza o Shibuya. Allí encontramos los ejemplos icónicos de este nuevo modelo de edificaciones de volumetrías extremas, erigidas sobre minúsculas parcelas y que albergan diminutos apartamentos unipersonales cuyo espacio se reduce al mínimo imprescindible.

 

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Las causas que explican el fenómeno penshirubiru

¿A qué se debe la proliferación de los edificios lápiz en Japón, que se multiplican en el paisaje urbano a velocidad de vértigo? Su desarrollo es el resultado de la combinación de diferentes factores culturales, sociales, económicos, demográficos y legales que han logrado formar la tormenta perfecta para propiciar la transformación.

Por un lado, está la caótica trama urbana, sobre todo en la capital, con un paisaje único en el mundo que mezcla escalas, los grandes edificios con las casas pequeñas. Por otro, la permisividad de la normativa japonesa: allí pueden construir en altura casi sin límite (mientras no se le haga sombra al vecino) y dividir y fragmentar parcelas hasta tamaños minúsculos. También influye que el suelo es extraordinariamente caro, al que se aplican impuestos muy elevados. Y que sus ciudades están en permanente estado de reconstrucción, en renovación constante, porque en Japón tienen su propia idea de lo que es la tradición: algo intemporal que logra que no les importe que las cosas desaparezcan porque saben que pueden volver a hacerlas con la mirada de siempre y la misma lógica.

 

La fuerte individualización, otro factor clave

Pero si se construyen estos penshirubiru será porque hay personas dispuestas a vivir en ellos. No hay oferta sin demanda. O lo que es lo mismo, se construye según se vive. Este modelo de hábitat responde a un nuevo paradigma social y cultural.

Japón envejece año tras año y, además, ha ido evolucionando en las últimas décadas desde la idea de la familia tradicional hasta la acentuada individualización y el aislamiento personal que se experimenta en la actualidad. Casi la mitad de los habitantes de Tokio viven solos. Otros muchos lo hacen en pareja, y ni siquiera tiene que ser sentimental. La sociedad nipona se está convirtiendo en una sociedad de individuos y estos ya no requieren tanto espacio como antes.

 

El hogar es ahora la propia ciudad

Los habitantes de los edificios lápiz trabajan muchas horas; comen en la oficina y cenan también fuera de casa; socializan en el karaoke; tienen sus relaciones amorosas en hoteles por horas. Su hogar ya no es un lugar concreto, sino que está repartido por la ciudad, que ya les ofrece lo suficiente como para que la casa no necesite cumplir con todas las funciones de la actividad diaria. Por eso la vivienda adquiere un papel distinto.

 

La vida en menos espacio

No necesitan una casa compartimentada en cuartos. Solo precisan de un único espacio, que ni siquiera tiene que ser de forma rectangular, sino que puede estar a dos alturas comunicadas por una escalera, en forma de L o ser circular en torno a un núcleo. Así que, además de comprimir, sueltan lastre eliminando habitaciones.

¿Para qué tener comedor si se puede comer en el salón? ¿Y por qué tener salón si es posible ver la televisión en el dormitorio? ¿Y qué necesidad hay de tener un dormitorio si se puede dormir en la misma estancia en la que uno come, ve la tele, lee, trabaja con el portátil o se conecta con el móvil a las redes sociales?

En la lista de lugares “prescindibles” –que la mayoría de occidentales aún vemos fundamentales– entran hasta el baño o la ducha, colocados en medio del espacio como un mueble más. Sin embargo, pese a ser capaces de renunciar al pudor y a la intimidad, los inquilinos de los penshirubiru no parecen dispuestos a dejar de disfrutar del exterior. Muchas de estas edificaciones, de hecho, incorporan pequeñas terrazas o patios mínimos.

Es el caso del edificio de apartamentos Okachimachi, obra del arquitecto Go Hasegawa, uno de los más reconocidos en este momento. Las casas son diminutas, pero el patio interior y su escalera las conecta verticalmente, como si fuera un desfiladero:

 

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O el Sarugaku Plural Directed Tower, del arquitecto Hirai Masatoshi, con sus minúsculos balcones. Este bloque tiene la particularidad de que, además de viviendas, incluye una oficina:

Los 30 penshirubiru más emblemáticos –todos con más de cinco plantas sobre rasante, una huella en planta baja de menos de 200 metros cuadrados, fachadas de entre 4 y 12 metros y viviendas de 9 metros cuadrados la más pequeña y de 30 la más grande– aparecen recogidos en el libro Penshirubiru. El límite de la vivienda colectiva en Japón (editado recientemente por TC Cuadernos). Sus autores, los arquitectos Alberto Nicolau, Luis Manovel y José María de Lapuerta, analizan en sus 268 páginas el fenómeno, arquitectónico y social, que suponen estas estilizadas torrecitas.

 

Los edificios lápiz no son infraviviendas ni mucho menos

Los edificios lápiz, además, no son de segunda categoría. Están muy bien construidos, con gran calidad técnica, pese a la presión inmobiliaria. Son las casas de personas con buenos trabajos y con vidas confortables, aunque sea en muy poco espacio.

Quienes las han proyectado –generaciones más jóvenes– se han enfrentado con habilidad a un gran reto como es insertar edificaciones destinadas a la vivienda colectiva en entornos con una difícil morfología urbana y unos importantes condicionantes volumétricos. Lo han hecho precisamente aplicando las características de la arquitectura japonesa a lo largo de los siglos: sencillez de las formas, limpieza de los materiales y delicadeza y cuidado del detalle. Lo vemos, por ejemplo, en el Tatsumi Apartment House, una torre de diez plantas de volumen apilado de Hiroyuki Ito Architects:

 

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¿Se extenderán los edificios lápiz al resto del mundo?

Aunque los penshirubiru sean originarios de Japón, su influencia ya se ha empezado a notar en distintos puntos del planeta. En el norte de Europa hay varios ejemplos: en Copenhague (Dinamarca) está este edificio con fachada de cobre y 9 apartamentos para jóvenes en rehabilitación construido en 2020 por Christensen & Co Architects.

O este otro del prestigioso arquitecto alemán Arno Brandlhuber en Colonia:

 

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Hong Kong y Nueva York son dos ciudades que han acogido a los edificios lápiz con los brazos abiertos, aunque de forma diferente. En la primera, las delgadas torres se elevan en los barrios desfavorecidos de la ciudad:

Pero las pencil towers de la Gran Manzana, en cambio, son rascacielos híper esbeltos para multimillonarios, muy criticados por su uso residencial de gran lujo y porque también están transformando el skyline de Nueva York. Son torres como la 111 West 57th Street de SHoP Architects (2022), la de Central Park de Adrian Smith+Gordon Gill Architects (2019), la diseñada por el francés Jean Nouvel (2019), con 77 pisos y conocida como Torre MoMa, o la de Park Avenue proyectada en 2015 por el arquitecto uruguayo Rafael Viñoly:

 

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