Hace 50 años, esperar a un tren en una estación era una experiencia muy diferente a la que puede ser la de la actualidad. Con el tiempo, los espacios de paso han sido pensados como entornos con una única función: estaciones de tren o autobús, vestíbulos de oficinas, áreas de descanso o gasolineras que se atravesaban deprisa y sin mirar. Sin embargo, el concepto ha evolucionado y cada vez es más común que estos sitios transitorios incorporen elementos que los hacen más agradables y humanos. El interiorismo y la arquitectura han repensado estos enclaves con un enfoque centrado en las personas, y han añadido comodidades como zonas de descanso mejoradas, mobiliario ergonómico, cafeterías, zonas de trabajo informal o incluso intervenciones artísticas y naturales.
Cómo añadir calidad a un espacio de paso
Estas transformaciones responden a una mejora estética pero también funcional. Javier Peña, arquitecto y director del festival Concéntrico, que realiza intervenciones temporales en ciudades que hacen repensar el lugar, matiza: “se tiende a pensar las ciudades desde la gran infraestructura, pero muchas veces no se baja a lo pequeño”, comenta. Es en esa escala cercana, añade, donde los usuarios encuentran verdadero confort: bancos cómodos, sombra, materiales acogedores, ergonomía.
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Esto se puede aplicar tanto en una plaza como en un vestíbulo de oficinas. En los últimos años, numerosos ejemplos demuestran cómo estos “espacios de paso” se están transformando para ofrecer un confort adicional. En estaciones de tren o metro, ya es habitual encontrar bibliotecas, tiendas pop-up, zonas verdes o incluso coworkings que permiten aprovechar el tiempo de espera de la manera que se desee.
Esta idea de dar otro uso a los lugares de paso se ha llevado hasta muy lejos, por ejemplo, en los aeropuertos como el de Helsinki o el de Doha, que han integrado spas, cápsulas para dormir, cines y restaurantes gourmet para mejorar la experiencia del viajero, hasta el punto en el que se han convertido en un punto turístico. En los centros comerciales, las antiguas áreas de descanso se han convertido en entornos tipo lounge, con cargadores, Wi-Fi, zonas infantiles y cabinas para videollamadas. Todo ello no solo mejora la calidad: también alarga la estancia del visitante y, con ello, su probabilidad de consumo.

Este fenómeno responde a una lógica clara: si un lugar es cómodo, acogedor y versátil, las personas se quedan más tiempo. En un entorno comercial, eso se traduce en más oportunidades de compra. En una estación, en una experiencia menos estresante. Y en una ciudad, en una mejor calidad de vida. “Los proyectos que hacemos en Concéntrico —explica Peña— intentan transformar espacios existentes para que la gente los redescubra, los vuelva a hacer suyos. Lo importante es adaptarlos a las necesidades reales de las personas”.
El papel de los materiales en la comodidad
Los materiales también juegan un papel clave. En Concéntrico, Peña y su equipo han trabajado con madera reciclada para sus intervenciones urbanas temporales. “Eso mejora la aproximación: los materiales suelen atender solo a la durabilidad, pero buscamos también empatía”, dice. Aplicado a otros contextos, como vestíbulos de edificios o áreas de servicio, esto se traduce en la elección de soluciones que generen cercanía —como maderas naturales, tejidos cálidos o acabados suaves— frente a soluciones frías y duras como el hormigón.
La tendencia no se limita a espacios comerciales o de transporte. Hay pequeños comercios o franquicias como lavanderías automáticas que están incorporando cafés, programación cultural, tiendas de segunda mano o conciertos íntimos. Se usa como un atractivo, pero también sitios como algunos hospitales han rediseñado sus salas de espera con diseño biofílico, luz natural, mobiliario confortable y áreas de mindfulness para acomodar al paciente y a sus acompañantes. Incluso en el trabajo, muchos vestíbulos de oficinas incorporan sofás, arte o cafeterías para promover la interacción y el bienestar.

Más allá de lo visual o lo económico, hay un componente funcional profundo: estas intervenciones responden a necesidades reales. “Adaptarse al clima, por ejemplo, es una cuestión pendiente en muchas ciudades españolas”, señala Peña. En tiempos de calor extremo, añade que “hay que naturalizar espacios, introducir sombra, agua, vegetación. Es fundamental para poder estar”. En este sentido, los espacios de paso también deben ofrecer condiciones dignas para ser habitados, aunque sea brevemente.
Estas mejoras no siempre requieren grandes inversiones. Peña defiende que los proyectos deben ir más allá de lo técnico: “El espacio público tiene muchos componentes que no solo acometen profesionales de la arquitectura, también incluye cuestiones sociales, urbanas, de antropología. Muchas veces se diseña desde la simplicidad”.

Los beneficios de acomodar una zona de paso
Además del confort inmediato, estos espacios híbridos aportan beneficios tangibles a largo plazo. Desde el punto de vista de la salud mental, disponer de entornos amables y adaptados reduce el estrés asociado al tránsito constante o a la espera. Un estudio de la Universidad de Sheffield, financiado por el gobierno inglés, demuestra que incorporar elementos naturales —como vegetación, luz natural o agua— en zonas de paso disminuye los niveles de ansiedad y mejora el estado de ánimo de los usuarios. En términos de accesibilidad, diseñar lugares que contemplen la diversidad funcional (como asientos ergonómicos, señalética clara, o zonas de descanso frecuentes) permite que más personas se apropien del espacio urbano en igualdad de condiciones, promoviendo una ciudad más inclusiva.
Por otro lado, este tipo de intervenciones también reflejan un cambio en los hábitos sociales y laborales. La creciente movilidad laboral, el teletrabajo y el consumo cultural espontáneo exigen espacios flexibles y multifuncionales. De ahí que los vestíbulos de oficinas se conviertan en áreas de trabajo informal o que las bibliotecas ofrezcan cafés y comedores. Lo que antes era espacio muerto ahora se transforma en una extensión del hogar o del lugar de trabajo. El resultado de esta evolución es una ciudad (y unos espacios cotidianos) más vivos, más humanos y funcionales. Un centro comercial donde apetece quedarse. Una estación donde se puede trabajar o leer. Una gasolinera donde comer bien. Una lavandería donde socializar. Y sobre todo, una arquitectura que cuida de las personas incluso cuando solo están de paso.

