Turismo slow: ¿cómo adaptamos los hoteles?

La calma es bella. Viajar despacio, sin prisas, es reconfortante, sin duda más sano. El turismo masivo y low cost, en cambio, ya nos chirría. Nos estresa. Nos agobia. Tiene mucho de frivolidad. Y además contamina. Los valores de quienes viajan han cambiado mucho en los últimos años.

El cambio deriva hacia los viajes simples, auténticos y responsables con el entorno. Su objetivo no es visitar un destino, sino descubrirlo, conocerlo, disfrutarlo e integrarse en él. Y lo mismo piden al lugar en el que eligen hospedarse y al que se desplazan con su estilo de vida metido en la maleta.

¿Qué es el turismo slow?

El turismo lento o slow travel es una tendencia global en alza que surge como lo opuesto al turismo convencional de viajes organizados sin espacio para el respiro, de escapadas exprés para pasar un fin de semana en una ciudad a miles de kilómetros de distancia, de paquetes vacacionales de “todo incluido” en megahoteles impersonales sin llegar a tener el más mínimo contacto con el país y sus gentes. No es una novedad, ya existía antes de la pandemia, pero ahora, tras el confinamiento, se consolida como una de las principales tendencias a la hora de concebir la idea de hotel y gestionarlo.

Quienes optan por este tipo de viajes eligen, según un informe publicado en 2020 por ABTA-The Travel Association, “reducir el ritmo y experimentar los destinos en un nivel más profundo, estableciendo conexiones más genuinas con la gente y las culturas locales en el camino».

 

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Flygskam o la vergüenza de volar

En el turismo slow se valora el tiempo: quienes viajan de este modo se quedan al menos una semana en su destino (que suele estar ubicado en un entorno natural), en alojamientos pequeños como casas rurales y hoteles boutique con pocas habitaciones. No importa su tamaño, sino la calidad. Las compras se hacen en las mismas tiendas que las personas locales (en sus panaderías, sus fruterías, sus bares y restaurantes) y se degusta la gastronomía típica y productos de kilómetro 0.

Por supuesto, el medio ambiente es una preocupación crucial. Este tipo de turista viaja mucho en tren y rehúsa hacerlo en coche o avión. Podría decirse que sienten lo que en Suecia se denomina flygskam, “vergüenza de volar”, porque saben que el turismo es un sector que genera el 8% de las emisiones de carbono mundiales y que mucha culpa de ello la tiene el combustible de los aviones. No resulta extraño que una empresa francesa, Midnight Trains, haya anunciado que pondrá en marcha para 2024 una red de trenes nocturnos por toda Europa, España incluida. O que el avión eléctrico ya sea un reto que, pese a ser formidable, empieza a plantearse.

Este tipo de turistas viaja mucho en tren y rehúsa hacerlo en coche o avión

 

El hotel ideal para el turismo slow

Aunque no existe un decálogo oficial del buen hotel slow, sí hay una serie de requisitos indispensables. Los hoteles lentos son lugares que llaman a la tranquilidad (y logran hacer sentir al viajero parte del lugar de una forma natural, sutil y sencilla. Quienes los gestionan y atienden suelen ser sus propios dueños y no es raro que sean construcciones antiguas rehabilitadas y reconvertidas para su nuevo uso, lugares con historia.

Los hoteles slow transmiten la esencia de su entorno a través de sus colores, olores y texturas. La piedra, la madera, el metal, los tejidos naturales no faltan en su interior. Y priman la dimensión humana, con una atmósfera de interiorismo consciente: hogareño y agradable, de intimidad y silencio, relax y equilibrio. Todo encaja y cada elemento es parte de la experiencia. El lujo aquí está en lo simple y depurado.

Un hotel slow debe atender las necesidades del cliente y contribuir al factor experiencia del viaje en sí en términos de sostenibilidad, simplicidad y servicio. Por ejemplo, tener una pequeña biblioteca en la que encontrar un buen surtido de libros o bicis de alquiler, dar clases de cocina, realizar visitas a mercados locales, impartir sesiones de yoga y contar con algún espacio para compartir conversación y gustos con la población local.

 

La sostenibilidad, clave de los hoteles slow

Son hoteles eco-friendly, claro, pero su compromiso con el planeta va más allá de la eficiencia energética, la prohibición del plástico o pintar las paredes en tonos verdes. Para disminuir su huella ecológica, estos alojamientos minimizan el consumo energético en calefacción y refrigeración mediante un buen aislamiento o una orientación adecuada, y priorizan el consumo de energías renovables no contaminantes. Es frecuente que se abastezcan con paneles solares y que usen iluminación tipo LED de bajo consumo.

Pueden reutilizar también el agua de las duchas para riego o inodoros, o reciclar la de lluvia. No emplean productos de limpieza tóxicos, los de baño son de fabricación artesanal, sin conservantes ni fragancias artificiales, y emplean papel reciclado y muebles y equipamientos hechos a base de materias primas naturales.

El futuro del turismo slow

Según especialistas del sector, la tendencia slow no va a desaparecer del universo hotelero e incluso despegará en el futuro pospandemia, ya que la sostenibilidad y autenticidad de sus destinos ocupan un lugar cada vez más importante en las preferencias y decisiones de turistas como reacción a la época de abundancia descontrolada y despilfarro energético de la que venimos.

El mercado de este turismo, fiel seguidor de la filosofía que reclama el derecho a pisar el freno, semeja tan jugoso que ya no solo ofrecen hoteles slow los operadores de nicho, sino otros más convencionales, y también conocidos por todos, como Airbnb, Expedia Group y Booking.

Como dijo el canadiense Carl Honoré, el gurú antiprisa autor del superventas Elogio de la lentitud (2008): “nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida». La cuestión es, por tanto, no malgastar ningún viaje.

 

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