La madera se hace escultura

Que el ser humano ha querido expresar desde siempre su habilidad creativa a partir de la madera es de sobra conocido. Hace solo un par de años, de hecho, supimos que la escultura monumental más antigua del mundo realizada en este material, el célebre Ídolo de Shigir —una figura antropomórfica hallada en 1890 en una turbera de los Urales, en Siberia— data del comienzo del período posglacial del Holoceno.

La friolera de doce mil años después, hombres y mujeres siguen tallando madera, abriéndose paso a través de ella, moldeándola a su antojo en una especie de juego, o de íntimo desafío, con el volumen y el espacio. Veamos qué opinan al respecto media docena de reconocidos escultores y escultoras cuyas obras forma parte de exposiciones, museos de arte contemporáneo y colecciones privadas.

 

¿Qué significado encierra la madera?

Resulta difícil no identificar a Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) con la madera. Este artista tan gallego como universal —que expone regularmente en la feria ARCO desde 1986, que se estableció en Nueva York dos años después y que acaba de exponer una retrospectiva en el MARCO de Vigo— la usa mucho en su obra. Para él, lo tiene todo. “La madera es un material cálido, orgánico y para ciertos trabajos es maravilloso en el sentido de que admite muy bien el ensamblaje, la policromía, las pátinas, los acabados en quemados al fuego y es un soporte maravilloso para pintar”, afirma.

 

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En el caso del artista luxemburgués Jhemp Bastin (Ettelbruck, 1963), este siempre se sintió atraído por ella. “Elijo la madera porque no es un material homogéneo ni ‘neutro’. Cuando observo los troncos en mi taller, intento captar su forma exacta, sus curvas, sus rotaciones o cualquier otro rasgo distintivo y también intento ver lo que se esconde en su interior. Mis esculturas son el resultado de un diálogo entre el material natural y mi visión artística”, asegura Bastin.

Para los guipuzcoanos Claudio y Juan, artífices de Flotboats, un proyecto artístico que desde el invierno de 2015 aúna mar y creación a través de piezas únicas (barcos, faros, veleros, submarinos) hechas a mano con metal reciclado y, sobre todo, madera de deriva, recogida en la playa, “es un producto vivo, orgánico y de variadas texturas, durezas y tonalidades. Eso es lo que la diferencia de otros materiales como el hormigón o el metal”.

 

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Su paisana Eguzkiñe Egaña, artista digital y artesanal, diseñadora gráfica y ceramista que ha empezado a incorporar la madera a su producción, ve las mismas cualidades: “Es un material natural, bello, cálido, biodegradable, fácil de trabajar y muy versátil. Me interesa su cualidad estética, pero también lo que nos evoca”. En ese punto, Bastin insiste en la idea: “Creo que mantenemos una relación muy profunda y arcaica con los bosques. Los árboles y la madera están profundamente arraigados en nuestra mente. Este apego emocional que llevamos dentro hace que este material sea atemporal”.

 

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¿Influye la tradición y la herencia familiar?

¿Pero de dónde viene esa inclinación o atracción por la madera como recurso escultórico? El italiano Aron Demetz (Vitipeno, 1972), uno de los grandes representantes de la escultura actual con madera, iba a ser protésico dental, aunque hay que decir que creció rodeado de bosques y montañas, en uno de los pueblos más bellos de los Alpes, con una larga tradición artesanal. “Llegué al arte por un camino indirecto, aunque cada lugar influye en la persona”, dice Demetz, que ha llevado su obra en dos ocasiones a la Bienal de Arte de Venecia.

 

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Bastin, por ejemplo, nació en la región del bosque de las Ardenas y de niño pasaba mucho tiempo paseando entre árboles. Eso, sin duda, marca. Leiro, por su parte, aprendió a trabajar la madera en el taller de ebanistería de su padre y su abuelo, que se dedicaban a la fabricación de muebles. “De esa experiencia junto a mis primeros trabajos de escultura surrealista vienen mis trabajos donde fusiono el mueble con el cuerpo humano”, cuenta el artista, académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde hace solo unos meses.

 

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No fue ese el camino de Rosemarie Castoro (1939-2015). Nacida en Brooklyn, esta artista multidisciplinar —tocó muchos palos: fue pintora, escultora, bailarina, performer, fotógrafa, diseñadora gráfica, poeta; aunque lo cierto es que detestaba ser categorizada— llegó a la madera más tarde y casi sin pretenderlo. Lo cuenta Werner Pichler, que fue su marido y es cofundador de la fundación de la artista. “Creo que la elección del material se produjo a menudo por necesidad. Rosemarie empezó a trabajar con madera cuando estuvo fuera de su estudio durante más tiempo. Antes trabajaba con resina epoxi, pero no podía hacerlo cuando no estaba en su estudio. Así que cuando estuvo enseñando escultura durante cinco meses en Boulder, en Colorado, descubrió la madera como nuevo material, y también los excrementos de vaca”, recuerda Pichler. Muchos años después y a miles de kilómetros de distancia, Egaña, otra creadora polifacética, sintió la imperiosa necesidad de utilizar sus manos “para crear” tras muchos años de sobredosis digital. “Ahora estoy sumergida en el mundo de la escultura”, dice.

 

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¿Vale cualquier madera para esculpir?

“Sí, pero todo depende del tipo de obra que vayas a emprender”. Lo dice Leiro, a quien le gusta jugar con el tamaño: en su estudio conviven habitualmente trabajos mastodónticos, de hasta tres metros de altura, con figuritas jibarizadas de apenas cincuenta centímetros. “La escala de las obras depende de la idea primigenia que tenga y siempre teniendo en cuenta el espacio donde va a ser ubicada la pieza”, aclara.

 

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Demetz es de la misma opinión respecto a la elección del material: “Se pueden utilizar casi todas las maderas, depende de lo que se quiera hacer con ella”. Él ha creado piezas con la de tilo, cerezo, arce, abeto, álamo, secuoya, cedro… De hecho, cree que el material es, como el artista, responsable de la pieza final: “La decisión es conjunta, cada obra necesita su propia pieza de madera, teniendo en cuenta concepto, tamaño y color”.

 

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Sin embargo, Bastin sí tiene sus árboles favoritos, “ambos necesarios para mi trabajo”. Se trata del roble, “fuerte, duro, áspero y algo tosco, pero también muy sensible”, y el haya, “más elegante, suave y, en cierto modo, encantador”. Y siempre elige troncos de la región en la que vive: “Hay una sensación de familiaridad”.

En el caso del trabajo que realizan Claudio y Juan es el propio mar quien esculpe la madera de deriva, que llega a las calas, se golpea con las rocas, se desgasta y adquiere así distintas formas y texturas. Un proceso que hace única cada pieza. “Siempre vamos con mucha ilusión a buscar esos ‘tesoros’, aunque no siempre los encontramos”, confiesan. Reciclar es su máxima: “En alguna ocasión hemos usado madera que no venía del mar, como, por ejemplo, madera sobrante de la construcción de la nao San Juan en Pasaia, pero nuestra intención es reutilizar”.

 

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Tampoco lo concibe de otra manera Eguzkiñe Egaña, quien emplea para sus piezas madera en su forma más natural, tal y como la encuentra en la playa o en el monte. Fruto de esos hallazgos —de ramas que recalan en la playa de Zarautz arrastradas desde los ríos— es una intervención efímera (¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? es su título) con tres esculturas gigantes instaladas en el propio arenal. “El objetivo es reflexionar, como especie humana, sobre la idea de que somos parte de la naturaleza, surgimos de ella y volvemos a ella, en un ciclo continuo, y a la vez hacernos conscientes de nuestra existencia fugaz en el planeta”, explica.

Castoro también esculpió con diferentes tipos de madera. “En lugar de decir ‘esto tiene que ser pino o esto abedul’, sus criterios fueron más el tamaño, la forma y la disponibilidad”, comenta Werner Pichler. Fue lo que ocurrió, en 1978, para su instalación al aire libre Trap A Zoid en Battery Park, Nueva York, para la que necesitaba troncos de árbol. “He encontrado una nota en la que ella dice que se puso en contacto con el departamento de parques y bosques de Nueva York para pedir árboles que ya hubieran cortado. Así que básicamente recicló”, comenta.

 

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¿Cómo afrontan el proceso creativo?

En este punto surge una pregunta: al enfrentarse al tronco del que saldrá una de sus piezas, ¿parten estos escultores de la madera de una idea muy clara o dan cierto margen a la espontaneidad? Claudio y Juan, de Flotboats, dejan en un principio que la madera los guíe “y luego, durante la parte más creativa, nos encanta improvisar”.

 

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En el caso de Egaña lo habitual es simultanear ambas vías. “Pero me pasa muchas veces, cuando escoges el primer camino, el de todo súper pensado y bocetado, que durante el proceso el proyecto va tomando su propio camino y, a pesar de haberlo tenido todo muy controlado, el resultado es muy diferente. Esos accidentes que suelen ocurrir te dan muchas alegrías y el resultado queda infinitamente mucho mejor de lo que habías planeado”, asegura. Leiro, en cambio, siempre parte de dibujos o maquetas previas cuando talla. “Y a partir de ahí calculo los tamaños y los materiales que voy a precisar”, dice. Igual que Aron Demetz, que estudia cada paso con minuciosidad: “Preparo mi obra durante mucho tiempo y la fase de planificación me lleva mucho tiempo antes de decidirme a darle forma”.

 

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El trabajo de Rosemarie Castoro como escultora era un proceso continuo. “Tanto en la elección del material como en la forma de trabajarlo y en el resultado final”, afirma su marido. El de Bastin “exige una gran conciencia del proceso”. “Como no sé exactamente lo que se esconde detrás de la corteza del árbol y dentro del tronco, tengo que reconsiderar mi idea inicial en cualquier momento y ver cómo puede evolucionar. Este proceso de trabajo exige un enfoque lento, lo que significa que, trabajando con una máquina rápida, tengo que proceder muy despacio, con cuidado y conscientemente”. El artista luxemburgués lo dice porque trabaja siempre con motosierra, su herramienta ideal para adentrarse en la madera, “una máquina tosca y brutal que se relaciona muy bien con el carácter fuerte y poderoso de un árbol”. “Tras el primer acercamiento, mi idea inicial y la evaluación del árbol, comienzo el verdadero trabajo físico. Mi taller se convierte entonces en un lugar muy ruidoso donde el aire se llena de serrín. Es un trabajo físicamente pesado y un proceso muy exigente porque hay que reevaluar constantemente cada paso. Sin embargo, es precisamente esta parte la que más me gusta porque estoy en contacto activo con el material. Es este punto de encuentro en el que el esfuerzo físico, la concentración, la madera, la técnica, la forma y la idea se unen para dar a luz una nueva forma, una nueva escultura”, detalla.

 

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¿Y qué pasa con otros materiales?

Leiro ha creado esculturas con granito y metal, con mármol, hierro forjado, acero y alambres, pero también con recursos de origen sintético como resinas, fibra de vidrio, vinilo o poliéster. “No me cierro a ningún material”, confiesa. Y lo explica: “La calidad de la escultura no está en el material sino en la propia escultura. Para ciertos trabajos se prestan mejor unos materiales que otros”. La voracidad en cuestión de materiales es otro de los rasgos distintivos de Demetz. “Quiero probarlos todos”, apunta, contundente, el escultor italiano. Los creadores de Flotboats y Egaña entonan un tajante “vade retro” al plástico. “Está haciendo mucho daño y no me llama la atención”, comenta la artista guipuzcoana. Yeso, grafito, resina epoxi, plomo, acero, hormigón… todos esos materiales pasaron por el taller de Castoro antes de la madera. Una cosa llevaba a otra. Pura evolución. “Cuanto más tiempo utilizaba un determinado material, mejor lo dominaba, más perfeccionaba sus métodos. Cuando trabajaba la madera, le ocurría algo parecido”, recuerda Pichler.

 

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¿Permite la madera experimentar y explorar?

Es innegable que Castoro firmó una producción híbrida, multidisciplinar y muy experimental. Demetz, al igual que Leiro, una vez asimilada la técnica, explora la figura humana con la madera más allá de las formas habituales. El italiano, eso sí, crea esculturas con apariencia angustiada. Las marca con cicatrices. Entrelaza en su obra belleza y distorsión. En lugar de presentar obras pulidas y perfeccionadas, prefiere las texturas de la madera y su transformación a través de diversos procesos naturales. Las cubre de virutas a modo de pelaje. O vierte resina sobre ellas. Experimenta con fuego. “La carbonización lleva al material a un estatus inconfundible, que desencadena reacciones reconocibles por el espectador y deja espacio suficiente para generar su propia línea de pensamiento”, cuenta Demetz. Leiro, aquí, parece de la misma escuela: “Me gusta dejar que el espectador de alguna manera termine la obra o la interprete como quiera”.

 

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La experimentación, para Egaña, es el motor, la motivación, la curiosidad, lo nuevo. “Creo que sin ella la magia termina”, afirma. “Aunque esté haciendo una pieza que a priori se podría clasificar como algo tradicional, la experimentación siempre está presente, porque pruebas formas nuevas, combinas con materiales distintos o aplicas esmaltes que nunca habías usado. Para mí, siempre hay novedad”, añade. Bastin, en sus obras, siempre ha preferido jugar con los contrastes: lo transparente y lo oscuro, lo lleno y lo vacío, lo geométrico y lo orgánico. “De este modo, la escultura se convierte en un punto de encuentro entre las formas naturales y el concepto artístico”, apunta. “En cierto modo, me interesa más lo que ocurre en el interior del árbol, por lo que voy cortando cada vez más profundamente en la madera para crear espacios huecos, líneas de luz, transparencia, fragilidad, equilibrio, misterio…”.

 

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¿Y el futuro? ¿Ven en él más madera?

Sin duda. Es un material escultórico único, más actual que nunca. “La madera nuestra seña de identidad más importante. Nuestras piezas no se entenderían en otro material”, aseguran Claudio y Juan. También es el material que define a Metz, quien trabaja constantemente en obra nueva, y Francisco Leiro no piensa dejar de crear con ella. “Seguiré trabajando la madera porque es el material ideal. Nunca me canso entrar en el taller por la mañana y oler la madera y sus diversos perfumes, sea castaño, cedro, roble o el propio pino”, dice. “He probado diferentes formas de expresión en madera —añade Bastin—y creo que es un material maravilloso que aún alberga mucho potencial por explorar”. Por esculpir.