A veces el futuro se esconde en libros polvorientos. En 1926, Charles H. Mason-discípulo de Edison- patentó steam explosion, un método que desmenuzaba astillas de madera con un golpe de vapor sobrecalentado. Casi un siglo después, proyectos como Finvalia, centrado en mejorar procesos de la cadena de producción de soluciones en madera mediante IA y digitalización, rescata aquel hallazgo para transformar el MDF post-consumo en materia prima de alto valor.
La operación es, a la vez, brutal y delicada: se introduce el panel triturado en un reactor, se inyecta vapor saturado hasta que penetra el corazón de cada fibra y, de repente, la compuerta se abre. La caída instantánea de presión expande el vapor y revienta los enlaces de cola, liberando celulosa, hemicelulosa y lignina sin un solo reactivo químico. Las fibras resultantes, todavía tibias, conservan la calidez táctil de la madera pero se comportan como un material nuevo, listo para volver al ciclo industrial.
En la planta piloto de Fibranor, entidad participante en el proyecto Finvalia, el equipo ya escala el proceso de los 150 kg/h de laboratorio a dos toneladas por hora. Allí no se “recicla” un residuo; se refina un recurso capaz de alimentar biorrefinerías, producir bioadhesivos de bajas emisiones o generar paneles reconstituidos con huella de carbono mínima . El impulso circular es evidente: cada tablero viejo se convierte en materia prima que ahorra tala, energía y kilómetros de logística.
Cómo una tecnología de hace cien años reformula el hábitat
¿Qué significa esto para la arquitectura y el interiorismo? Primero, versatilidad formal. Al no arrastrar las tensiones internas del MDF virgen, las fibras post-explosion permiten prensados más delgados y estables, aptos para pieles curvadas, lamas acústicas o molduras fluidas. Segundo, una paleta estética expandida. Los paneles aceptan pigmentos minerales, barnices al agua o texturas naturales que juegan con la reflexión de la luz, clave en espacios de oficina y hostelería. Tercero, narrativa. Cada lámina llega con pasaporte digital que certifica su origen de residuo y el ahorro de CO₂, un dato que los clientes piden ya en los concursos de fit-out sostenible.
La vieja patente también reescribe el detalle constructivo actual. Finvalia desarrolla bioadhesivos lignínicos derivados del mismo proceso -sin isocianatos- que abren la puerta a soluciones sandwich completamente bio-basadas, compatibles con certificaciones LEED o WELL. Para la arquitectura modular, esto implica paneles estructurales ligeros; para el interiorismo, puertas huecas de peso pluma y mobiliario “de ciclo infinito” que puede desmontarse y volver al reactor cuando cierre el contrato de arrendamiento.
En un sector obsesionado con la innovación, Finvalia demuestra que a veces basta con soplar sobre las brasas de la historia. La tecnología steam explosion regresa como un relato de alquimia industrial: convertir desecho en belleza material, memoria en futuro.

