CONEXIÓN CON… Izaskun Chinchilla, arquitecta

Izaskun Chinchilla es una de las voces de referencia del urbanismo inclusivo. La arquitecta publicó recientemente La ciudad de los cuidados, donde reflexiona sobre un modelo que ponga a las personas en el centro de los proyectos desde el primer momento. Hacemos una de nuestras entrevistas en profundidad, CONEXIÓN CON… para que conozcas su lado más creativo.

 

¿Crees que hay una mayor sensibilización sobre el urbanismo inclusivo?

Os contaré algo curioso, y es que, durante la firma de ejemplares de La ciudad de los cuidados, muchas personas que no tenían nada que ver con la arquitectura se acercaron para proponerme sus ideas acerca de cómo debían concebirse las ciudades. Transmitían un empoderamiento tremendo, desmitificando la idea utópica de que no tenemos poder de acción, que realmente sí podemos dedicar las calles a algo más que a una concepción comercial.

Pensemos también que en los espacios públicos hay tanto personas de noventa como de dos años, y que la discapacidad puede afectarnos a todos en algún momento de nuestras vidas por enfermedades o distintos percances. La ciudad tiene que estar pensada para todo el mundo, no solo para el estereotipo de varón caucásico que se desplaza al trabajo.

Por otra parte, destacaría que las administraciones están recibiendo una evaluación muy directa de la ciudadanía sobre lo que funciona y lo que no. Hay que aprovechar esta retroalimentación para generar los espacios que realmente necesitamos.

 

Cuando hablamos de arquitectura inclusiva también se toca la accesibilidad. ¿Cómo la concibes en los espacios públicos?

Primeramente, tenemos que eliminar la asociación de accesibilidad como equivalente a personas que tienen una disfunción. En realidad, no hay gente que tenga taras, en todo prefiero definirlas como características físicas o cognitivas: por ejemplo, hay días en los que duermes mal, alguien que no habla el idioma, quien realiza su primer viaje en un sistema de transporte nuevo… los elementos intuitivos harán de la ciudad un lugar mucho mejor para todas las personas.

Como decía previamente, el contexto es el que hace que te adaptes o no a un entorno. El problema es que hay espacios que no se conciben para todo el mundo. Deberíamos plantear hábitats que no sean ajenos a las vulnerabilidades ni a la diversidad.

 

¿Estamos recuperando la capacidad sensorial tras haber pasado lo peor de la pandemia?

Diría que sí, y que la biofilia ha tenido mucho que ver, ya que se está profundizando en qué aspectos de la percepción humana se ven mejorados gracias a los elementos que traen resonancia con la naturaleza. Está demostrado que disfrutamos más de entornos donde hay presencia de elementos orgánicos, como la madera o el mimbre, que el sonido del agua baja los niveles de estrés o que la iluminación natural tiene un gran peso en la concentración.

Esta capacidad sensorial (lo que se concibe como diseño biofílico) prima a la persona que va a disfrutar un espacio sobre el propio contenedor: históricamente, hemos prestado demasiada atención a lo tecnificado, al edificio, y no tanto al usuario. El diseño está al servicio del usuario.

Precisamente, eres una firme defensora de incluir la experiencia de la persona en la arquitectura: desde los currículos de estudios hasta en los primeros esbozos.

Sí, porque veo que se están proyectando los espacios para una mayoría, pero no para todo el mundo. Comprendo que la realidad es extraordinariamente diversa (niños que hacen sus primeros itinerarios, personas con principios de demencia…), pero por este motivo se hace más necesario contar con una participación heterogénea de los usuarios que van a ocupar los lugares que construyamos. Esto me lleva a proponer cambiar los baremos para selección de proyectos: incorporaría la eficacia y satisfacción de usuarios finales como un criterio de peso.

 

También nos hablabas de la belleza y la estética como un derecho. ¿Ha cambiado el concepto de lo bello en los últimos años?

La estética, como la historia y la evolución social, ha cambiado adaptándose a los tiempos. Se tiende hacia una naturalización como ruptura con el estilo lujoso que nos convertía en esclavos del espacio, donde predominaba el control excesivo sobre los elementos. Creo que por fin hemos aprendido a pasar del artificio, a apreciar diseños inacabados donde las personas que disfrutan los edificios son quienes terminan el proyecto al habitarlo y darle uso.

 

¿Hacia dónde quieres dirigir tu trabajo como arquitecta?

Ahora mismo dividimos la actividad del estudio en tres tercios: un laboratorio que nos permite hacer algo más experimental -centrado en lo circular y en lo reciclable-, obra pública -focalizándonos en equipamientos colectivos y en la utilidad social-, y obra privada -viviendas, coworking, oficina…-, donde ponemos en práctica, especialmente, medidas medioambientales.

Me interesa mucho el estudio postocupacional y mejorar la evaluación de satisfacción de las personas para las que diseñamos los espacios. Queremos que se valore este factor como un valor añadido dentro de los proyectos, más incluso que aspectos como la rapidez o lo económico. A fin de cuentas, el buen diseño trae identidad a barrios que no lo tenían, disminuye huella de carbono, genera oportunidades comerciales… Nos encantaría poner esto en práctica en obras de mayor impacto para poder evaluarlo de una forma mucho más exhaustiva.

 

¿Cuáles son los retos de la arquitectura en 2022?

Los sintetizaría en tres: el cambio climático (donde entra desde la justicia energética a la participación ciudadana), alinear la arquitectura a las aspiraciones sociales (reconectando con el propósito para el que creamos espacios) y potenciar la comunicación de la arquitectura a toda la sociedad para facilitar su entendimiento.

¿Cuáles son tus fuentes de inspiración?

La naturaleza. Nos enseña desde el uso del color en la arquitectura, influye en los procesos de trabajo y hasta en la fotografía del paisaje. En el estudio hemos analizado campos de amapolas y cómo se hace la siembra en Castilla para determinar la génesis de un proyecto.

También me llaman la atención esos objetos artesanos que no están en museos (pero sí podrían exponerse), generalmente producidos por mujeres, y que no han tenido mucha atención porque no han sido destacados de forma intencionada. Por ejemplo: el bordado de la ropa, la presentación de una comida… estas actividades vinculadas a lo femenino, observadas con detenimiento, son otra fuente de inspiración que rompe esa idea de que lo importante de la historia se reduce a las guerras y las conquistas.

 

Mencionas la naturaleza como gran estímulo creativo, y es además el centro sobre el que pivota la exposición CONNECTIVE NATURE by FINSA que se puede ver hasta el 13 de marzo en Madrid Design Festival 22. ¿Cómo surgió este concepto?

La idea se gestó durante la época más dura de la pandemia, siendo conscientes de la necesidad tan fuerte que teníamos de reconectar, de volver a sonreírnos. Coincidió a su vez con la publicación de La ciudad de los cuidados, donde defiendo el derecho de la ciudadanía al aire libre, a la biodiversidad y a la mejora de los modelos de movilidad.

La exposición surge como reacción a todo esto, como una llamada a la necesidad del autocuidado, porque veo que hay mucha desmemoria a corto plazo y que rápidamente queremos volver a “como era todo antes”. El covid pudo haber sido una gran excusa para impulsar modelos más innovadores y sostenibles, y eso es lo que quiero reivindicar, la lucha contra este inmovilismo. Por eso CONNECTIVE NATURE by FINSA incita a tocar, percibir, sonreír… a tener un momento de proceso curativo y de reencuentro con la naturaleza y con los demás.

Al mismo tiempo, reconvertimos el componente tecnológico en una palanca multiplicadora de las experiencias compartidas, animando a quien visite la instalación a publicar su recorrido en redes sociales mediante distintos hashtags.